Desafíos y complejidades de la paz en Colombia

miércoles, 6 de mayo de 2015

Se necesita un compromiso con defender el sentido de fondo de lograr un acuerdo político que supere la guerra, un apoyo más allá de las declaraciones diplomáticas o los espaldarazos, porque los colombianos tienen en juego su futuro y con éste, en buena medida, el de la región.
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Javier Calderón*

Llegando al tercer año del proceso de paz entre el Gobierno colombiano y las FARC-EP, aparecieron nuevos desafíos en el diálogo y reflotaron con claridad las complejidades que entraña la negociación para terminar una guerra que lleva más de 50 años.
Los integrantes de la mesa de diálogos han logrado acuerdos en los tres primeros puntos de la agenda –tierras y territorios, participación política y cultivos ilícitos-, y en el cuarto punto referido a las víctimas del conflicto existen ya innumerables insumos producto de audiencias con las propias víctimas o sus familiares, quedando los puntos de dejación de las armas, implementación de los acuerdos y 28 disensos de los tres primeros puntos. Todo lo anterior muestra un avance sustancial en el proceso, el que más lejos ha llegado después del fallido proceso de paz de 1984, que terminó producto del genocidio contra la Unión Patriótica.
Sin embargo, estos desarrollos del proceso de paz en la Habana no tienen un correlato similar en territorio colombiano. La guerra continúa sin que se haya logrado un cese bilateral del fuego, exigido sin descanso desde la sociedad civil, que incluso se ha movilizado masivamente para exigirlo. El pasado 9 de abril cerca de un millón de colombianos salieron a las calles con esa consigna [1], que pronto fue silenciada por los ruidos de más combates y de un ultimátum estatal a la insurgencia.
Es preciso recordar que en el acuerdo general para la terminación del conflicto con el cual se sentaron las bases del diálogo en La Habana, las partes acordaron hablar en medio de la guerra [2], y posteriormente las FARC-EP decidieron un cese al fuego unilateral y el gobierno un cese por 30 días de bombardeos [3], todo ello insuficiente, porque los guerrilleros tienen la orden de defenderse y los militares de atacar, manteniendo la dinámica del conflicto armado que deja muertos de lado y lado, y la manipulación política-mediática en contra del proceso de paz. Hoy el proceso de paz está amenazado no por un ataque armado, pues precisamente es lo que se pretende resolver con el proceso de paz, sino por otras razones mucho más de fondo.
Esto ocurre porque lastimosamente no existe un acuerdo total en la clase política colombiana para lograr la paz. Los sectores políticos y militares liderados por el ex presidente Uribe, apoyados por un sector de los medios de comunicación hegemónicos, vienen instalando una campaña generalizada para que se rompan los diálogos, y lo que es peor, para que Colombia participe directamente en la desestabilización en Venezuela. Por ello no es una simple pelea entre Uribe y Santos, es un pulso entre la Celac que quiere la paz y de un sector militarista continental que quiere mantener la guerra.
Los intereses del aparto industrial militar que se enriquece con la guerra y el latifundio, ligado estrechamente al circuito internacional del tráfico de drogas, trabaja sin descanso para torpedear el proceso poniendo al sector representado por el presidente Santos en dificultades que amenazan la existencia del proceso de paz.
Son los mismos sectores políticos, económicos y mediáticos que hacen parte de la campaña internacional para derrocar al presidente Maduro y que desde todos los países de Latinoamérica atacan sin descanso a los sectores y gobiernos de izquierda o progresistas. Con el triunfo de los republicanos en las elecciones del Congreso estadounidense, la mesa está servida y los comensales han empezado a saborear el plato ultraconservador de la política estadounidense.
Son al menos tres los nudos del diálogo en la Habana:
El primero la exigencia de la guerrilla de construir una política soberana sobre drogas y cultivos ilícitos, ya que son los Estados Unidos quienes tienen la palabra en esa materia, por ello, el gobierno colombiano le ha pedido a Estados Unidos que nombre a un comisionado para que se siente a la mesa.
El segundo tiene que ver con el desconocimiento del universo de víctimas del conflicto. Se pretende desconocer a las víctimas del paramilitarismo, que son claramente víctimas del Estado, por cuanto estos han actuado bajo la Doctrina de la Seguridad Nacional y con el apoyo de las instituciones del Estado. Solo recordar que 80 parlamentarios están presos por dirigir, apoyar y financiar grupos paramilitares.
Y tercera, la democratización política y económica del país. Mientras se lograron acuerdos en la Habana sobre tierras y participación política, en Colombia el campesinado y los indígenas han recibido certeros golpes con la aprobación de un conjunto de leyes regresivas contrarias a los propios acuerdos ya firmados.
Terminar un conflicto tan complejo y largo como el colombiano necesita tiempo (en Irlanda tardaron 22 años) y sobre todo un respaldo mayoritario de la sociedad y de Latinoamérica.
Se necesita con urgencia el cese al fuego bilateral verificado por instituciones internacionales, con el cual se aíslen las provocaciones en el terreno militar. Es urgente crear un grupo de países y personalidades que rodeen el proceso al estilo del grupo Contadora que ayudó en Guatemala y El Salvador, que apacigüe los efectos de la geopolítica en contra del proceso; y, finalmente, se necesita del respaldo total al movimiento por la paz de Colombia que logre debilitar los sectores político-mediáticos que atizan la guerra.
Es imprescindible generar las condiciones para que se sincronicen los avances en la construcción de paz tanto en Colombia como en La Habana, de lo contrario el militarismo liderado por Uribe en lo local y por la derecha internacional terminaran imponiéndose.
Recordemos que los sectores conspiradores en contra de la revolución bolivariana son los mismos que quieren acabar el proceso en Colombia e incendiar la región para lograr una regeneración conservadora y neoliberal. Esa es la mayor complejidad del proceso de paz, ya que está atado a la correlación de fuerzas en Colombia y al pulso del imperio con los gobiernos revolucionarios y progresistas de la región, quienes lograron superponer en la Celac el mandato que piensa a Nuestra América como una región de paz, con el cual se logró también impulsar el proceso de paz en Colombia, ratificado en la pasada Cumbre de las Américas.
La paz en Colombia está llena de complejidades que superan los simples análisis noticiosos, que tienen que ver con el nudo de intereses económicos, políticos y geopolíticos tanto internos como externos, que no se resolverán de un día para otro. El proceso de paz necesita con urgencia del apoyo regional, pero no cualquier apoyo. Se necesita un compromiso con defender el sentido de fondo de lograr un acuerdo político que supere la guerra, un apoyo más allá de las declaraciones diplomáticas o los espaldarazos, porque los colombianos tienen en juego su futuro y con éste, en buena medida, el de la región.
*Javier Calderón Castillo, es Magister en Sociología, doctorando en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, adscrito al Instituto de Estudios Sociales de América Latina y el Caribe IEALC.
 

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